Letra de Enrique Cadícamo
El tango te dió su ambiente,
viejo café La Morocha,
estabas sobre Corrientes,
casi Rio de Janeiro,
junto a una cancha de bochas.
Pasaron por tu tinglado
famosos bandoneonistas,
flautas, guitarras y violas;
les nombraré a Eduardo Arolas
para abreviarles la lista.
Tus parroquianos de ayer
cruzan por este brevario;
eran vecinos sencillos
de los hornos de ladrillos:
hoy, el Parque Centenario.
Entre los hombres de entonces,
que evocar vale la pena,
caía un hornero famoso:
un vasco grande y chistoso
de apellido Estevanera.
Y como en tren de contar
no me sé quedar dormido,
voy a contar de un brochazo,
ya que viene tan al caso, un hecho nuy divertido.
Era como la oración
y en la puerta del café
se hallaba el vasco ocurrente
cuando llegó de repente
un jinete y hecho pié.
Conocía a la concurrencia
y ya les dió su saludo;
el que llegeba en un bayo
era un ladrón de caballos
de sobrenombre El Desnudo.
Menudeaba la chacota
y todo era risa y fiesta
hasta que el vasco travieso,
sacando cincuenta pesos
le hizo al desnudo una apuesta.
El hombre tenía que entrar
a caballo en el café
para ganar los cincuenta
y se cobraría su cuenta
cuando saliera después.
Dicho y echo, apostaron
y de un salto de garrocha
montó El Desnudo su bayo
y ya entró con el caballo
en el café La Morocha.
Volteó mesas y botellas,
vasos, bandejas y copas,
se hizo un bochinche estruendoso
y el dueño sacŽŽo un bufoso
y lo corrió a Juan Sin Ropa.
El vasco, a las carcajadas
se reía en la vereda;
salió el jinete bromista,
cobró la apuesta y de vista
se perdió en la polvadera.
Viejo café La Morocha,
con tangos sobresalientes,
son tus recuerdos sencillos:
humo de horno de ladrillos
que traen pasajes ausentes.