Letra de Héctor Chaponick
Compuesto en 1977
Debía remontarme con esfuerzo
para acceder a su mirada clara
a su gran frente,
a esa cara de niño
empecinadamente franca,
pues muchas veces me llenaba de culpa
su excesiva atención…
Estábamos en «El Aguila»
y yo leía unas líneas;
el asentía, grave y ensimismado;
el labio desbordado
como un Sarmiento gardeliano…
No le pensaba transportar
ese inmenso corazón gigante
que arrastraba de un siglo a otro,
de un tango a otro.
Se le cruzaban las ternuras
con los recuerdos más añejos
(casi inverosímiles)
y la bondad lo descubría, flagrante,
en cada gesto, en cada decisión,
Dejaba un poema, unas líneas, un triunfo…
y corría golpeando puertas para muchos,
como un samaritano entrado en kilos,
un ermitaño sin melena
que predicaba el amor a sus perros…
Ejercía la nostalgia
como esa «herida absurda»
que empeñaba su alma.
Sabía que el mundo corre,
que el progreso se aleja raudamente
de sus tiernos malvones…
Pero había dejado demasiado
en el tiempo viejo.
No era un niño. Y el genio
le brotaba dibujando su aldea
y sus anchos patios y portones…
En las metáforas, sí
le irrumpía el Neruda
que debió ser, seguramente,
sin sus trompadas de arrabal…
Cuando amanecía,
él acariciaba el paisaje repetido,
cotidiano,
de un pueblo cantando sus canciones;
de un arrabal embellecido,
cincelado, mítico,
renaciendo en la enrojecida tinta
de sus paredones antológicos…
Dicen que transportando
su cuore único
y su poema mil,
un fatal esquinazo
lo confrontó con Dios,
y de puro angelote, Catu, el bueno,
no quisiste esquivarte…