La junaba detras de la ventana,
la veia pasar pilchas al viento,
le decia un piropo cachaciento
y seguia pitando con más gana.
Ella daba la vuelta a la manzana
y volvia a pasar con desaliento
esperando que el punto en el momento
le saliera al encuentro como un rana.
Mas seguia pasando sin victoria,
porque el tipo era amante de la gloria
de esconder su figura descosida;
pues la calle era el unico testigo
de este amor inocente y enemigo…
Y el piropo duro toda la vida.