La carta que me dejaste
batiéndome tu partida
la encontré casi escondida
debajo del edredón.
Parecía avergonzada
de verse confabulada
en su errante decisión,
por rechiflada y cabrera
de ser ella mensajera
de tan cruel resolución…
Me decís, entre otras cosas,
que te da pena dejarme,
que jamás vas a olvidarme
en lo que puedas vivir…
Le echás el fardo al destino,
y le batís inclemente,
y te tirás de inocente
para poderme engrupir.
Me pedís que te perdone
y que procure olvidarte,
que vós pondrás de tu parte
paciencia y resignación…
Y para que yo me crea
que al escribirme lloraste
el papel rosa mojaste
y hasta le hiciste un borrón.
Cuando terminé la carta
quise salir a buscarte,
porque sé donde encontrarte
cuando te quiero encontrar.
Pero pensé fríamente
que es ir contra la corriente
quererte regenerar,
pues vos naciste pa’l barro
como el caballo pa’l carro,
y el pobre pa’trabajar…