Triste está la palomita
ausente de su querencia.
Y yo sé que el mal de ausencia
es un mal que no se quita.
No hay más remedio, mi hijita,
para curar tu aflicción
que pagarme la pasión
con que siempre te he querido
y que hagan juntas el nido
las dos en mi corazón.
Alli vivirán seguras
como en maternal regazo,
al amparo de mi brazo
y al calor de mis ternuras.
Yo tendré las amarguras,
tú las glorias de la vida,
y tú, avecita querida,
como nuestro amor sereno
buscará asilo en tu seno
para quedarse dormida.
Si esta esperanza es un sueño,
no me quites la ilusión,
que el bien de mi corazón
es soñar que soy tu dueño.
Podré alzar con vano empeño
mi ambición hasta esa gloria,
pero aunque sea ilusoria
la dicha que a Dios le pido,
quiero morir convencido,
de que vivo en su memoria.