Me acerqué hasta tu persona
con guantes de cabritilla,
te traté de maravilla
con más mimo que a una flor.
Un altar hice en mi alma
para tus ojos de cielo,
corazón de terciopelo
para ti tuvo mi amor.
Pero con tanta dulzura
no se llega a ningún lado,
en cariño has de ser duro
como piedra de afilar;
y llorar pero hacia dentro,
sin que sepan que has llorado,
pues si no estás bien perdido
y te puedes retirar.
¡Qué pena, que no me has entendido
lo bien que te he querido,
lo mucho que te quiero!
¡Qué pena, que en esta encrucijada
me vuelvas la mirada
sabiendo que me muero!
¿La culpa quién la ha tenido
de esta amarga situación?
Tú que no me has entendido,
yo quizá que no he sabido
golpear tu corazón.
Yo debí de castigarte
con orgullo y valentía
y otro gallo cantaría
en la noche de mi amor.
Pero que quieres, amigo,
si el resorte me ha fallado,
como estaba enamorado
no lo supe aprovechar.
Yo sé que andamos jugando
a la gallinita ciega,
pues cariño como el nuestro
no se puede así acabar.
Pero que tengan cuidado,
que conmigo no se juega,
pues soy hombre y por lo tanto
no me dejo atropellar.
¡Qué pena…