Escucha amigo lo que te voy a contar
olvídate de charlas con que otros te abatieron,
pues tu oído es hoy para mi boca lo que para el que hambre tiene.
Lo que para el que hambre tiene viene siendo el pan.
Cuando aquel expreso me apeó en la ciudad de mis ensueños,
¡cuántos pájaros volaban alrededor de mi cabeza!
como el rey llamado Midas, yo mismo disponía de un don
El de hacer bello lo feo, alegre lo aburrido, lo malvado honesto.
Que si a la vida me ataba con larga y generosa longaniza,
no me di cuenta amigo, de los tiempos que corrían, y aún corren;
así, de golpe y porrazo, cuando nada, nada, nada quedaba, me enteré.
¡Que si yo fui un pequeño clavo, el martillo con el que me dieron debía ser el
de Sansón!
que de alto y engreído, bien torcido, jorobado me quedé;
y las ilusiones resbalaron por mi cuerpo, bandoneón, hasta los pies.
Lloro porque sonreir no puedo,
dime algo que me de consuelo,
la pena es un gran armario abierto,
que nadie, nadie cierra bandoneón.
Mira cómo se adormece el día,
cómo gritan los colores su fatiga,
creyente sin Dios, sin ideología,
transeunte que vienes de buscar amor.
Ni superficie me queda ya,
todo es hondura y seriedad,
el rostro escondo a los demás,
pegado al muro mi caminar,
a casa quiero siempre llegar,
mas no hay consuelo en la soledad.
Lo mismo que un solitario madero
vagando por el océano, ignorado,
anhela una playa en cualquier parte
y un niño que tal vez juegue con él.
Lo mismo quiero yo dar a mi vida,
sentido que me haga estar contento,
¡qué pena de quien nada lleva dentro!
¡qué pena de quien no sabe qué es!