Letra de Enrique Cadícamo
La Cavour fue un salón de gente temeraria
que exsistió por la calle Coronel Salvadores
entre las de Patricios y creo que Hernándarias,
barrio de milongueros, taitas y cuarteadores.
Sábado por la noche «función y baile había»;
ahí el filodramático daba Justicia Criolla,
el «Centro Parlatutti» la sala conmovía
y el drama hacía llorar igual que la cebolla.
De aquel cuadro que todos llenaban de alabanza,
Emilio Lola era el director de la escena,
lucía con orgullo y llevaba ala usanza
de Pablo Podestá, imponente melena.
Luego de la función retiraban las sillas
y entonces todo aquello se convertía en pista;
Garrote* con su trío hacía de parrilla
sus tangos inspirados, era bandoneonista.
Cuando ya las parejas salían a bailar
siempre había un incidente que aparejaba el corte,
pendencieras miradas se hechaban al pasar
y las provocaciones eran el gran deporte.
Había quién traía dos damas comodines
porque le daba el cuero para tener cuñada,
y con ese tronquero y esos dos balancines
se tiraba parejo cualquier chata pesada.
Ante tanta abundancia, si alguien se le acercaba
para pedirle una al don Juan pintoresco,
éste le respondía por la que le sobraba:
«también baila conmigo; la traigo de refresco».
Cuando un guapo sabía que su mujer fallaba
coquetendo con otro, la sometía a prueba
y sonriendo de celos al rival invitaba
a bailar una pieza con la pérfida Eva.
Provocativamente le seguía diciendo:
«Baile con mi mujer…» y si este se negaba,
entonces para el patio del fondo iban saliendo,
sacando de la sisa del chaleco sus dagas.
Por eso en las noches de baile se escuchaba
la campana del negro furgón de la Asistencia
que llegaba… se iba.. volvía… y regresaba
al Argerich, cargando con heridos de urgencia.
Siemore tuvo ese clima nuestro tango canyengue,
el culto del coraje fue su mejor blasón,
sus notas eran pasos de un malevo de lengue
y su ritmo, el candombe de un negro cimarron.
*Vicente Greco