Letra de Juan Tajes (Portugal, 1995)
Del coito celestial de dos ciudades,
acrisoladas márgenes del Plata,
vio la luz este hijo, que es el hijo
del Río como Mar. Y en la barata
promiscuidad del noble conventillo,
antro heroico del piojo y de la rata,
gimió el Tango el vagido inconfundible,
orillero, asocial y de alpargata.
Dos ciudades preñadas de poesía,
patria del Tango para siempre mía.
De pronto fue la antigua melodía,
alguien le marcó el ritmo, un tercero
le hizo el contrapunto y por entonces
llegó el canto. Siguieron con esmero
arpegios y glisandos, el acorde,
la síncopa endiablada y el austero
vibrar del bandoneón grave y solemne;
voz antigua de canto Marínero.
Llegaban cada uno de su tierra.
Coincidieron aquí. La suerte es perra.
Se encontraron al Sur del hemisferio,
el temor tiene algo de hermosura,
se retan dos pasiones frente a frente
al borde de la misma sepultura
y en el sordo latido del silencio
dejan de respirar; toman altura,
dan juntos a la vez el primer paso
-el paso inaugural- y la aventura
de esta danza nació así, de repente,
como suele ocurrir entre la gente.
Arrastrados, al fin, por la corriente
sentimental de aquel malabarismo,
con su pirueta al borde de un abismo,
en señal de respeto se miraron
ojo en ojo y el Otro es uno mismo.
Dicen que están bailando todavía,
lo demás es, tal vez, un espejismo.
Si quien comparte el pan es compañero
el que comparte el Tango es cotanguero.
¿Qué se iban a decir, en que dialecto,
jerga o idioma para su alegría,
verso de amor o amargo desengaño
cultivando el dolor de cada día?.
¿Cómo expresar con las mismas palabras
de otro modo la suma y la manía
de esgrimir en defensa de la imagen
el baluarte de la mitología?.
Sopló el Ángel del Tango en su trompeta,
cada Evangelio tuvo su poeta.
La emoción en suspenso, el alma quieta,
ausente del amor y de sus males,
evoca los fantasmas de aquel tiempo
que nunca fue. Acaso los anales
de la invención crearon este sueño
donde se citan turbios arrabales,
donde se mezclan héroes y traidores
que luchan en combates desiguales.
La leyenda se forja paso a paso,
todas las cartas son del mismo mazo.
Va subiendo la cuesta y su silueta
de duende bailarín caracolea
vertiginosos cortes y quebradas
y lo embriaga el olor de sangre fresca,
sangre que evoca hímenes ingenuos,
mitológicas vírgenes porteñas
y se pierde en tugurios-laberintos,
Minotauro del verso y de la idea.
Como Fausto, celebra su pecado
de lírico alquimista enamorado.
Bate metal de sueños el herrero
sobre la fragua eterna del poeta
y en el yunque del verso va forjando
la perfecta unidad de su cuarteta.
Este herrero es Ferrer, veo en su rostro
las huellas de la mágica careta
y al caer el telón tras el aplauso
descansa el corazón en su maleta.
Académico, mago, abracadabra,
trashumante del gesto y la palabra.