Letra de Ariel Carrizo Pacheco
Compuesta en 1993
Cuando Buenos Aires estaba en la cima
-colorida reina retratada en blanco y negro-
y aires más bohemios brotaban del clima,
nació en las raíces del mapa porteño
un predestinado con muy buena estrella
que dio a Villa Crespo sus primeras huellas
y se abrió camino superando sueños.
Nutrido en los cafés de la calle Corrientes,
compartiendo tertulias con gente del ambiente,
con seres cuyas vidas hoy son una leyenda,
sin querer se ha pasado a la histórica senda,
sin querer forma parte de los mitos vivientes.
Ben Molar, el mismo que en un arremango
convocó a catorce grandes escritores,
los unió a otros tantos músicos, pintores,
e hizo resurgir la voz de nuestro tango.
Le llueven elogios, ninguna protesta,
no hay quien hable en contra de este personaje,
pero él no se arroga con esos mensajes…
La lluvia de halagos rebota en su testa.
Hombre atento al prisma de las finas artes,
siempre se ha jugado por nuestra cultura
y del corolario de lo que perdura
él y sus apuestas son firmes baluartes.
Ya se han congregado en un palco del cielo
ocho almas gigantes en muerte y en vida;
la mesa del feca se encuentra servida
como si las nubes rozaran el suelo.
Cele, De la Púa, Marechal, Centeya,
Escardó, De Caro, Borges y Pichuco,
son aquellas almas que junto a una estrella
charlan sobre el mundo y juegan al truco.
De pronto De Caro, mirando hacia abajo,
hace que la intriga domine la mesa:
«¿Qué estás espiando, Julio, cabizbajo?»
-pregunta Centeya con su voz tan gruesa-.
«Miro a mi muchacho, Ben, que tanto añoro»,
entonces los siete exclaman a coro:
«¿Quién no extraña a Ben?… (la amistad no cesa).
Hoy desde mi pluma que vuela le digo
que por mil motivos lo admiro y aprecio,
pero hay un gran gesto que no tiene precio:
su predisposición para ganarse amigos.
Mucho le debemos -y no hablo de mangos-
por todo su esfuerzo, todo su entusiasmo,
por haber creado el Día del Tango,
por esos boleros que causan espasmos,
por los tres «catorce» logros musicales
que son excelentes para mal de males…
y la lista sigue explayándose grata,
desde el «Jingle Bells» hasta la «Fermata».
Buenos Aires hoy tiene otro aroma en su esencia
-desteñida reina retratada en colores-,
pero algo resiste al reloj de la ausencia:
el empuje tan gaucho de su real porteñismo,
su sonrisa tan pura como un ramo de flores,
sus frutos siempre frescos, presentes, en vigencia,
la costumbre de dar lo mejor de sí mismo,
su figura rodeada por Cadícamo y Sábato
-colosales esdrújulos del argentinismo-.
Dando cierre a este poema es preciso señalar
que este hombre ha construido un gran puente cultural.
Porque pudo a nuestros genios justamente homenajear,
¡¡porque nos ha dado tanto!! y es orgullo nacional…
queda escaso este tributo a mi amigo BEN MOLAR.