Las cuatro de la tarde,
vestido de Otoño al aire,
la plaza de Santa Ana,
tras el cristal, en un café.
Va de blanco el camarero,
con su pajarita negra,
entre las mesas de mármol
y las monedas sonando.
La mujer que a mí vendrá
tiene ojos malvavisco,
desenvuelta en el aire
su mirada como el mundo.
Todo lo que presenta se ha cumplido,
¿qué extrañeza?,
me han dejao sin una queja.
Sirva otra, camarero
yo le invito si usted quiere,
entra dentro de mi suerte.